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La piedra de la cordura
Product Description
Las ciencias y las humanidades han tenido poco contacto entre sí durante demasiado tiempo. Los malos entendidos, los equívocos y la mutua ignorancia han sido algunos de los obstáculos para encontrar un espacio de intercambio fecundo. A lo largo del último siglo las ciencias se convirtieron en el ámbito de creación de nuevas ideas, de metáforas novedosas y de paradigmas alternativos para pensar al mundo y a la condición humana.
El vertiginoso desarrollo del conocimiento ha llevado a muchos investigadores a plantearse la necesidad de reflexionar acerca del sentido de su tarea y de encontrar respuesta a las preguntas fundamentales del hombre. ¿Qué somos?, ¿cómo pensamos o tomamos decisiones?, ¿qué nos permite conservar la razón o nos hace perder el juicio? Hasta hace poco estas cuestiones eran abordadas por filósofos, artistas o líderes religiosos; ahora las neurociencias emergen como una nueva herramienta para aportar su punto de vista complejo y multidisciplinar. Sus hallazgos a veces cuestionan la tradición en la que hemos sido educados. O contradicen, no sólo lo que creíamos, sino lo que quisiéramos creer.
Algunas personas hemos sentido la necesidad de establecer vínculos entre disciplinas. Teníamos preguntas, dudas, perplejidades que nuestros conocimientos específicos no podían resolver. Primero organizamos una serie de encuentros convocados por un verbo: “Comer”, “Pensar”, “Amar”, “Morir” a los que invitamos a personas con diferentes marcos teóricos sin más consignas que la propia palabra. Pasaron por allí: médicos, neurocientíficos, filósofos, escritores, antropólogos, historiadores, poetas, músicos, cocineros, sacerdotes, monjes budistas.
Una reunión poco frecuente, un experimento exitoso
Hace poco más de un año se nos ocurrió una loca idea. ¿Por qué no reunir a un escritor con un experto en enfermedades neuropsiquiátricas? El profesional debería trazarle al narrador -desde de la perspectiva científica- el perfil de una persona con una patología mental. El escritor tomaría esa información para crear un relato literario. Ir desde la historia clínica a la historia de vida. Desde la biología a la biografía. Encarnar el conocimiento disponible en personas reales o imaginarias. Nos proponíamos contribuir a desarticular el estigma que pesa sobre este tipo de patologías. Pero, fundamentalmente, abrir las puertas a un diálogo que hasta entonces las había tenido cerradas. Propiciar el encuentro entre personas con formación científica con otras procedentes del arte.
Sabíamos que apenas alguien se asoma por fuera de su propia disciplina encuentra visiones del mundo contradictorias. Que existe una inercia que tiende a preservar identidades a cualquier precio y a escapar de todo cuanto las interpele. El intelectual de nuestros días debería ser un anfibio capaz de sobrevivir en ambientes diversos. Ya no es posible pensar el mundo sin las descripciones densas de la ciencia ni encontrar un sentido a la experiencia de vivir sin la sensibilidad y los valores de las humanidades. Hay puentes que empiezan a construirse. Alguien debería tener el coraje de atravesarlos.
Los médicos necesitamos no sólo “explicar” sino “comprender” lo que les pasa a nuestros pacientes. La literatura no remplaza a la medicina pero es un modo fantástico de hacernos mejores médicos. Nos dota de sensibilidad para escuchar historias y para contarlas. Nadie entiende algo que no puede representarse. La dimensión metafórica y la somática transitan juntas. Son inseparables. Objetividad y subjetividad no sólo no se oponen sino que se autoimplican. Aunque, claro, no es lo mismo dejar de lado la objetividad de la ciencia para acceder a la subjetividad de los individuos que no haberla tenido nunca.
Una experiencia innovadora y "loca"...
El sentido común nos decía que era una empresa imposible. Pero nosotros nunca confiamos en él. Lo pensamos mucho, anticipamos las posibles dificultades. El lenguaje no compartido, el rigor del método de la ciencia versus la libertad del creador, los prejuicios mutuos, los egos exasperados. La versión ingenua acerca de las enfermedades mentales que suponíamos tendrían muchos escritores. Los largos años de psicoanálisis que suelen cargar sobre los hombros las personas de la cultura en nuestro país. Era una locura. Por eso nos lanzamos con alma y vida a concretarla. Llevar este proyecto a la práctica nos demostró que teníamos razón y que estábamos equivocados.
Nuestra propuesta fue recibida con interés y entusiasmo por un grupo de los más destacados neurocientíficos y escritores de nuestro país. Todos se identificaron con el desafío y se dispusieron para el trabajo. Una editora heroica, Amalia Sanz, nos guió en ese laberinto. En la mayoría de los casos las barreras se superaron con buena voluntad y tolerancia. Aunque también hubo conflictos, controversias y hasta fugaces enojos personales. Fue muy emocionante participar de la cocina de estos textos. Asistir al incesante flujo de sugerencias y modificaciones entre especialistas en salud mental y narradores. Hubo intercambio, acuerdos y discordancias, pero todos salimos enriquecidos de la experiencia.